Punto de partida o punto de llegada

Imagen moderna que quiere representar a Nuestro Señor

Por Raúl Amado, para Sursum Corda. Puede visitar el nuevo sitio del autor, Documenta Theologica haciendo click aquí.

John Senior llamó “The death of christian Culture”, a los rápidos cambios que veía hacia fines de la década de 1950 y 1960.1 De manera clarividente, no asoció esos cambios destructivos con el avance del comunismo ni del ateísmo, sino con algo mucho más profundo: la destrucción de la Misa, expresión fiel de la δόξα católica. En realidad, podríamos concluir siguiendo entonces el razonamiento del erudito angloamericano, que el comunismo, el anarquismo y el neo-modernismo fueron consecuencia de la des-teologización y la des-cristianización de Occidente.

Hoy hemos llegado a un punto que era inimaginable en la década de 1950. En sesenta años todas las instituciones tradicionales (la Familia, la Patria, la Iglesia) se han visto arrojadas y pisoteadas en la medida que Occidente aceleró la marcha por aquella vía humanista del “renacimiento”, cuando se des-orientó. Durante siglos, el mundo occidental subsistió (sub-existió) gracias a que mantuvo la correcta (ὀρθός) creencia (δόξα) que Cristo entregó a sus Apóstoles a pesar de atacar de manera sistemática a la forma de su fe: la liturgia. Hoy ante esas instituciones se levantan otras, hechas a imágen y semejanza del hombre moderno, del hombre mudable (la asociación libre, el Estado-Nacional y la Iglesia Institucional).

La destrucción que vemos a nuestro alrededor de toda moral y ética cristiana, y por consiguiente ortodoxa y bíblica, condujeron a la proliferación de movimientos de «resistencia» contra esta marea humanista y moderna. Algunos de estos movimientos de resistencia formas de colaboración antes que de oposición. Concluyen en lo que el erudito alemán Andreas Böhmler llamó “El partido conservador de Lucifer” (libro que puede descargar completo aquí).

El modernismo mismo surgió como una forma de resistencia en el cristianismo occidental y sólo pudo desarrollar dentro de las estructuras latinas del cristianismo. El abandono del Ícono y la mística, la humanización de la teología, la devotio moderna fueron pasos seguros hacia el absurdo en el cual nos vemos hoy. Los tradicionalistas y conservadores en general olvidan que el modernismo fue una respuesta ante los avances del mundo moderno. A una nueva ética y una nueva moral atea, se intentó una moral antropocentrista disfrazada de teísta cuyas raíces debemos buscarlas hasta el Cinquecento que colocó al Hombre en Lugar de Dios, prefigura del Novus Ordo Missae. Ante estos profundos cambios, innegables tras la Revolución Francesa y la filosofía romántica alemana de los siglos XVIII y XIX, algunos propusieron negociar, buscar una alianza entre la fe cristiana y esta nueva ética, moral y ordenación política antropocéntrica. Así el modernismo fue originalmente una manera de resistir, resistir negociando, resistir cediendo y conservando algo.

Se consumó así, con la colocación del hombre en el lugar de Dios con una de las etapas del “misterio de iniquidad” (2 Tes 2: 7). En efecto, el Anticristo es una persona moral y su Iglesia se ha desarrollado durante siglos hasta consolidar su propia iglesia, una restauración del antiguo Pontificado Pagano.

El Vaticano II no fue un punto de partida, sin un punto de llegada. ¿Apostató la Iglesia Institucional (es decir, la jerarquía romana) con el Vaticano II? No, lo había hecho muchísimo tiempo antes. Lo hizo en el momento en que decidió que era imposible ya contener la modernidad, lo hizo incluso antes de que Roncalli/Juan XIII-Bis en la Pacem In Terris ofreciera una ἑρμηνευτικὴ τέχνη cristiana de la modernidad. Patriarcas, Cardenales, Arzobispos, Obispos y Presbíteros aceptaron la modernidad y un importante sector de la Jerarquía ordenó todo ese Χάος modernista. Ese ordenamiento es lo que vemos en las distintas constituciones del Vaticano II y la aplicación de los mismos los tenemos en todo el magisterio conciliar. Así estos nuevos dogmas se expresan en una nueva liturgia (el Novus Ordo Missae), se explican en un Nuevo Catecismo y se aplican jurídicamente en un Nuevo Código de Derecho Canónico. En definitiva, esa división propiamente del cristianismo latino post-medieval de separar la materia de la forma se ve con toda claridad en la Iglesia Conciliar.

El Vaticano II, entonces, no es un punto de partida para la Iglesia Conciliar, sino un punto de llegada. La Iglesia del Anticristo creció y se alimentó de la decadente teología, de la prohibición de la patrística, del analfabetismo bíblico, de un arte cada vez más alejado del Ícono, de una liturgia cada vez más coreográfica y centrada en las disputas teológicas antes que en el monasticismo y la contemplación. Esa Iglesia del Anticristo se estaba gestando desde hacía no décadas, sino Siglos. No lo olvidemos: Jesucristo mandó a los suyos a predicar el Evangelio hasta los confines del mundo, guardando todo lo que él había enseñado, pero los hombres prefirieron seguir las novedades (Col 2:8), dar la espalda a Dios, ir tras los falsos profetas que venían con discursos conciliadores (Mt 7:15, Rom 16:17).

Al igual que ocurrió en el Edén, el hombre prefirió oír la voz del Tentador, de la Serpiente Antigua antes que al mandato divino y ponerse en el lugar de Dios, ser como Dios:

Y dijo la serpiente a la mujer: «No, no moriréis; es que sabe Dios que el día que de él comáis [del árbol prohibido] se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal».

Los hombres, como la mujer vieron que estas doctrinas modernas parecían agradables:

Vio, pues, la mujer que el árbol era bueno para comerse, hermoso a la vista y deseable para alcanzar por él sabiduría, y tomó de su fruto y comió, y dio también de él a su marido, que también con ella comió”

¿Es posible entonces leer en Eva a la jerarquía de la Iglesia y en Adán a los fieles? No podemos olvidar que los fieles no fueron inocentes: conocían la Verdad, conocían a Cristo, conocían el mandamiento de guardar todo lo que El Señor nos había mandado, pero prefirieron “ser como Dios” y comer de las novedades, en lugar de alimentarse con “toda la palabra que sale de la boca del Señor” (Mt 4:4 Cfr. Dt 8:3).

Así fue que se desarrolló la ἑτερόδοξος, significando con ello el sentido literal de heterodoxia en cuanto doctrina diferente y contraria a lo que todos han creído. Un camino, una vía diferente.

¿Qué haremos entonces? ¿Hay alguna solución? En primer lugar, debemos reconocer que somos pecadores, invocando a Dios continuamente. Sólo Dios puede salvarnos en la actual situación: los intentos humanos implican siempre construir un nuevo altar, no en reparar el que ya existe. Debemos sumergirnos así en las Escrituras y viendo el ejemplo de los Profetas que Dios levantó actuar. Leamos 1 Reyes 18:30… el Profeta Elías no cinstruyó un nuevo altar, no edificó un nuevo templo… reparó el que estaba destruído y abandonado. Quienes levantan iglesias y denominaciones, los constructores de sectas son ajenos a Dios. Así lo dijo San Cirilo contra el hereje Nestorio: todo el que comienza por sí mismo no pertenece a la Iglesia de Dios, todo aquel que rechaza el Testimonio de los Apóstoles no tiene comunión con Cristo.

Es necesario que dejemos de creer que la crisis se solucionará de manera humana, por trabajo de los hombres y no por la Divina Intervención, por la misma παρουσία, por la Llegada y la Presencia de Cristo:

Entonces aparecerá el estandarte del Hijo del Hombre en el Cielo, y se lamentaran todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre venir sobre las nueves del cielo con poder y majestad grande. Y enviará a sus ángeles con resonante trompeta y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos desde un extremo del cielo hasta el otro. (Mt 24:30-31)

Por eso nosotros oramos al leer las escrituras:

¡Amén! ¡Ven Señor Jesús! (Apoc 22:20)


Notas

1Senior, John, The Death of Christian Culture, IHS Press, Norfolk, 2008.

Autor: SursumCorda

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